A pesar de que el planeta se ha sumergido en su propia distopía particular el género sigue siendo tan atractivo como necesario. Lejos de grandes plagas o contactos alienígenas el director Michel Franco apuesta por un punto de partida más realista, presentando un México asolado por una violenta revolución nacida en los barrios más pobres en Nuevo orden.
Tras unos primeros compases casi operísticos en forma de montaje que preludia algunos de los momentos más violentos de lo que va a pasar después Nuevo orden nos presenta una boda de postín en una gran mansión que se verá interrumpida violentamente por la revuelta. Un arranque frenético que sin profundizar en los personajes sí expondrá un hecho que sin interrumpir la celebración va a marcar el destino de los protagonistas: la petición de ayuda por parte de un antiguo trabajador para conseguir el dinero que pague la operación que salve la vida de su esposa. Un guiño a esas bodas con favores privados de la saga El padrino que va a definir perfectamente las relaciones entre ricos y pobres, entre los que el único nexo va a ser la novia, cuya decisión va a marcar su destino.
Nuevo orden no vacila en presentar la cara más salvaje de la violencia, llevándola a monumentos tan emblemáticos del país como el ángel de la independencia, para reflejar el lado más oscuro y retorcido del poder y las relaciones humanas (algunas marcadas en una mera frase, como el momento en que tras un mes de horror uno de los personajes le pide que le ayude a limpiar sin interesarse más por lo vivido). Si bien la segunda parte del metraje, una vez establecidas las medidas frente a la revuelta, resulta más inconexa y no impacta tanto como la primera (amén de plantear un buen número de dudas que solo se resolverán en el desenlace, y no por completo) la película se defiende como cruda reflexion de a que conduce la falta de empatía con otros seres humanos, de como las desigualdades y el egoísmo pueden minar poco la sociedad hasta llegar a un punto de no retorno.
Una película cruda, de difícil visionado, lejos de esa Parásitos con la que últimamente se la compara, que optaba por una sátira que, en el caso de Nuevo Orden, no acierta a colarse por unos resquicios taponados con sangre. Aunque se permite licencias poéticas como ese traje rojo de a novia que casi enlaza con el uso del color en La lista de Schindler (y que permanece impoluto en la peor de las prisiones) o esa agua verde que anuncia la tormenta y que casi nos podría hacer pensar en un primer momento en una cinta de ciencia ficción, elementos de colores complementarios que contaminan ambos estratos de la sociedad, Nuevo orden no pierde el aroma de veracidad, de una pesadilla con raíces más profundas de lo esperado que fácilmente podría ocurrir mañana. Una mirada a un infierno del que nadie escapa, empedrado de buenas intenciones en las que los inocentes a lo más que pueden aspirar es a ser meras cabezas de turco.
Nuevo orden, ganadora del gran premio del jurado del Festival de Venecia, ya puede disfrutarse en cines.
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