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miércoles, 18 de diciembre de 2019

EL ARCOIRIS DE LA GRAVEDAD

Vivimos una época dorada cinematográficamente hablando para los biopics de artistas musicales. Ya en su momento películas como Ray dieron mucho de sí, Óscar mediante, pero en los últimos años merced a películas como Rocketman y sobre todo Bohemian Rhapsody han abierto la caja de los truenos para lanzarse a la conquista del público. Pero por un momento dejemos el género abiertamente musical. La película dedicada a una de las grandes de la música y el cine es, ni más ni menos, un drama con interpretaciones. Se trata de Judy.
Biografía de una Judy Garland en sus últimos meses de vida nos encontramos ante una película que se mueve entre dos niveles temporales. Por un lado una joven que tras su contrato para ser el rostro, o casi mejor dicho la voz, de El mago de Oz se enfrenta a las altas exigencias del estudio que la ha convertido en su nueva estrella. Por otro una Garland madura, en un período especialmente difícil a nivel profesional y personal, que comienza a hacer una serie de espectáculos en Londres para conseguir el dinero suficiente para vivir con sus hijos.
Dos historias paralelas con una misma protagonista con elementos sobrecogedores, entre los que es posibles sorprendan a más de uno las imposiciones del estudio para una joven que apenas acababa de dejar de ser una niña, y que en ocasiones consiguen incluso robar interés a la parte de la historia protagonizada por la Judy adulta, quizás más convencional, aunque no olvide aspectos tan interesantes como la importancia de la artista como icono gay o la relación con sus hijos menores (la mayor, Liza, ya se estaba fraguando una carrera).
En medio del ojo del huracán un nombre: Renée Zellweger. Aunque se puede cuestionar el parecido de la actriz con el personaje o su timbre de voz no se puede negar que en esta película realiza un auténtico trabajo de transformación. Pasados los ecos de su (tal vez primer) Óscar y el éxito de la saga Bridget Jones Zellweger nos regala una interpretación desgarradora, en la que canta (ya demostró de sobra que podía hacerlo en Chicago), sufre y sabe añadir la gota frívola necesaria a un personaje agradecido que podría darle más de una agradable sorpresa de cara a futuras entregas de premios. Una actuación que consigue levantar realmente una película con un sentido del ritmo en ocasiones irregular, pero que sabe sacar el mejor partido de su estrella, en especial en aquellos momentos musicales que parten de una Garland casi vacilante a otra que devora el escenario.
Judy es un biopic puramente emocional. Un desenlace que, sin hacer spoilers, recordará a más de uno a cierto clásico del cine de profesores, y un guión de origen teatral que deja mucho en el tintero mostrando esporádicas pinceladas de las circustancias que contribuyeron notablemente a hacer de la cantante el juguete roto que era en su madurez no hacen de esta película una experiencia realmente sorprendente, pero sí un film que sabe crear un vínculo entre el espectador y una de las actrices más queridas de todos los tiempos, una mujer para el que el final del arcoiris quedaba muy, muy lejos.

 Judy llega a las pantallas españolas el 31 de enero.

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