Jerez de la frontera 2012. Rocío es una madre soltera en el paro que vive en un piso cuyo alquiler hace meses que no paga. Sin apenas poder comer y con problemas para dormir sobrevive como puede gracias a la ayuda de sus vecinas, esporádicos trabajos como repartidora de propaganda y comedores sociales pero jamás ceja en la búsqueda de una vida mejor para ella y su hijo de apenas 8 años.
Techo y comida es un desolador drama cotidiano sobre una realidad que, por desgracia, no nos es en absoluto ajena.
Profundamente desencarnada, rodada de manera sencilla, y, al menos hasta sus últimos minutos, sin bada sonora (sí escucharemos un par de saetas pero es música intreadiegética, no un acompañamiento musical) la película nos cuenta prestando especial atención a los detalles (la preparación de la cena...puro mimo para el manjar más barato) el día a día de una mujer que, salvo su hijo, no tiene apenas nada, y que luchará con uñas y dientes por conservar ese poco, ante la miseria y las pesadillas que la atormentan (como que la separen de su niño, Adrián)
Sin concesiones, nos encontramos ante ua historia realista y descorazonadora, sin villanos de opereta (el único que podríamos calificar de tal es el dueño del piso que reclama su alquiler, y en más de un momento se nos revela también como un ser humano con sus propios problemas, como en la escena del telefonillo) ni deus ex machina, y en la que el mundo no se detiene por nadie (el diálogo mientras todo el mundo celebra la victoria de la selección) en la que también hay espacio para gente buena (esa vecina que, dentro de sus posibilidades es casi un ángel de la guarda, o el abogado que se ve incapaz de ayudarla) pero también para personas, que sin ser malas, se preocupan más de sus propios asuntos (la madre del colegio que, desconociendo la auténtica realidad de la vida de Rocío le habla de desayunos y peluquerías, cuando ella tiene que robar champú para lavarse el pelo para una entrevista de trabjao...literal). Un desolador mundo real en el que sí hay espacio para las alegrías, pero estas son pequeñas (la hamburguesa, la camiseta) y además duran muy poco.
Con una protagonista en auténtico estado de gracia con la que no cuesta nada establecer empatía y que sabe llevar el peso de todo el metraje (incluso hay momentos que la cámara se centra de tal modo en ella que ni vemos a su interlocutor) Techo y comida es una película que, por conocida, no es menos necesaria, con su realidad desnuda. Sí, puede resultarnos en algún momento repetitiva, ante las dificultades continuas que atraviesa su protagonista, e incluso el ritmo excesivamente pausado, pero en nungún momento perdenmos el interés por una historia de esas que duelen en lo más profundo del alma, y con una denuncia social imprescindible en los momentos que corren.
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