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lunes, 12 de enero de 2015

PEASO DE OJAZOS

Espectros de rostro desenacajado, extraterrestres macrocéfalos, demacrados jovencitos con manos afiladas, perros cosidos literalmente a retales...el universo deTim Burton nos tiene acostumbrado a un desfile de estrañas criaturas destinadas a atormentar nuestros sueños y alegrar nuestras pesadillas...en esta ocasión llegan de la mano de una suerte de alma gemela, de una pintora obsesionada también con unos seres de aspecto extraño, con niños de enormes ojos, en la que quizás sea su cinta más convencional...hoy hablamos de Big eyes.
Tras unos mecánicos títulos de crédito que no dejan de recordarnos a los de Charlie y la fábrica de chocolate, sólo que con la diferencia de que en este caso lo que se produce en serie no son dulces sino pretendidas obras de arte (aquí un pequeño inciso, no tengo nada personal en contra de la obra de la Señora Keane, pero su obra me suscita la misma sensación que esas láminas de payasitos tristes de los que hablaban en la muy reivindicable Crimen Ferpecto de Álex de la Iglesia...lo cual no es muy halagüeño), la cinta nos introduce rápidamente, como incide su voz en off (y no con sorpresa final de identidad del narrador como pasaba en la ya mencionada Charlie...), en la historia de Margaret, futura señora Keane y madre de una niña, que tras abandonar al maltratador padre de su hija, conocerá al hombre de su vida, el (presunto) pintor Walter Keane que poco a poco comenzará a fingir es el autor de la obra de su esposa. Si bien en un primer momento nos presentan unos personajes bien definidos (una artista de escaso éxito pero orgullosa de su obra y un hombre con más labia e ingenio que escrúpulos de esos a los que comienza a tenernos acostumbrados Chistoph Waltz) estos comienzan a mutar a lo largo del metraje, tornándose poco a poco (al comienzo el apropiarse de la obra de ella por parte del señor Keane parece casi un fruto poco premeditado de muchas casualidades) ella una explotada víctima condenada a crear en serie en esa cámara de contención en la que se convierte su estudio y él un nuevo maltratador que la llevará a sus límites y que oculta más de una sorpresa. Nos encontramos así ante una historia de componentes dramáticos tópicos, de mujeres luchadoras y hombres que se aprovechan de ellas metiendo el dedo en una llaga que suele ser, como en este caso, la familia, de cuentos de hadas (ahí está la petición de mano y una luna de miel en la que empieza a fraguarse el meollo del posterior desarrollo de la cinta) que se convierten en pesadilla (ahí están las dos citas en el restaurante, al principio y al final de la película). Atrás queda la fantasía, con una sobria dirección artística que se aleja sobremanera de la de otros films de Burton como Eduardo manostijeras o la reciente Sombras tenebrosas, poniéndose en sintonía con una historia que amén de estar basada en hechos reales posee un un notable carácter realista (con la notable excepción, quizás uno de los mejores momentos de la cinta, en que la protagonista empieza a ver en un irreal hipermercado a la gente con unos ojos tan grandes como los que elle pinta). Sí, nos deja momentos interesantes como la democratización, o más sobreexplotación de la obra de Keane en forma de pósters y otras chucherías, o divertidos momentos como aquellos en los que que el personaje de Walter Keane más fullero e histriónico se vuelve (ese juicio que casi es deudor de una sitcom de tarde) pero le falta un toque, una profundidad que la alejen de lo que no deja de ser un decente culebrón de sobremesa que nos hace añorar una de las mejores cintas de su autor y en la que sin embargo la fantasía sólo estaba en los ojos de su protagonista, y que curiosamente comparte la mitad del nombre de ésta, Big fish.
Para completistas de Burton y admiradores de un Christoph Waltz que está en su salsa.

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