Pocos artistas han estado tan vinculados al cine como Dalí. Participante en numerosos proyectos propios y ajenos, con nombres tan grandes que solo necesitan apellido como Buñuel, Hitchcock o Disney, y más de uno que no llegó a ver la luz, y capaz de incorporar algún elemento cinematográfico a su pintura Salvador Dalí tampoco desentonó en sus contadas apariciones como personaje en cintas como "Buñuel y la mesa del Rey Salomon". En manos de un cineasta tan inclasificable como Quentin Dupieux por supuesto es pura pólvora.
"Daaaaaalí!" no es una cinta biográfica en absoluto. Es más, su guión puede reducirse a la odisea de una periodista para lograr una entrevista con el genio, que como el espectador sospecha, vive en su propio mundo paranoico- crítico. Es una película que podría ser, sencillamente, Dalí visto por Dalí. Estamos ante un juguete surrealista, un terreno en el que su director sin duda se siente cómodo y en el que, a la par que le quita seriedad tanto al imaginario (la pintura "del natural", escena impagable) como a la figura de un artista encarnado por media docena de actores, algunos con relativo parecido con el pintor, otros que solo se le parecen en el bigote se deja abducir por el espiritu dalidiano. Y los sumerge en un universo en el que un pasillo se hace inabarcable, llueven perros muertos y en el que en cualquier momento puede aparecer un cowboy dispuesto a pegarle un tiro a un obispo entre ceja y ceja. Un lugar en el que nada tiene sentido porque todo lo tiene si seguimos su particular lógica, y en el que sin duda Dali se sentiría cómodo.
Porque esta película no es sino un viaje que prueba que Salvador Dalí es más que una persona. Es casi, podría decirse, una marca, un modo de entender las cosas: un espíritu transgresor que se instala en el continuum de la existencia, contaminándola y generando momentos más dignos de un spoof que de una comedia convencional (esos periódicos que atraviesan continuamente la cuarta pared). Un laberinto plagado de guiños visuales a su trayectoria pictóricos al compás de una repetitiva partitura del que cuesta salir.
Como la mayoría de la obra de Dupieux, y a pesar de su brevedad, adolece de cierta falta de ritmo. Pero también estamos ante a una cinta que a pesar de tomar como enseña un personaje histórico es una obra tremendamente personal, de cuidada dirección artística y con todo el surrealismo y humor negro al que nos tiene acostumbrados el autor, que siempre defenderé es de esos que se aman o se odian. Sus fans encontrarán en ella todo lo que buscan y más, el resto un egocéntrico delirio que exige una gran suspensión de incredulidad y que les llevará a perderse entre el humor y el onirismo. Sencillamente un Daaaaaalí digno de Dali, y ¿por qué no decirlo? de Quentin Dupieux.
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