Enfrentarse al cine japonés, como sucede con la mayoría de las filmografias orientales, es también enfrentarse a los tópicos. Que su ritmo es lento, su humor ambiguo, sus interpretaciones van sin transición de la sobriedad al histrionismo...son etiquetas incómodas que casi siempre le acompañan y, no hay que engañarse, en la última película de Yoji Yamada, director de extensísima trayectoria todavía en activo a sus más de 90 años, están por supuesto más que presentes. Pero en "Una madre de Tokio" hay más, mucho más.
La crisis, ya sea de los 30, los 40 o los 50 o más allá es un filón inagotable tanto para el drama como especialmente para la comedia. En el caso de la del protagonista de esta película, Akio, al que la intención de celebrar una reunión de antiguos camaradas le recuerda el paso del tiempo al principio de la misma, a esta van a sumarse la separación de su esposa, la rebeldía de su hija y una época especialmente difícil en su trabajo que le van a llevar a enemistarse con su mejor amigo. Pero en medio de esta debacle va a aparecer, o mejor dicho reaparecer ese pilar de estabilidad que es su madre. Así paralelamente al drama del hijo va cobrando protagonismo la figura de esta mujer, una viuda llena vitalidad que sin embargo oculta un secreto que podría ser otro clavo en el prematuro ataúd de su hijo.
Una historia de personajes en la que los diálogos son más importantes que una acción prácticamente anecdótica, con cierto aroma teatral, que jugando entre el drama y la comedia (sin dejar de lado algún momento tan dramático como el recuerdo del pasado del que sólo parece un huraño mendigo) nos presenta un mundo lleno de contrastes. Y no sólo por los lapsos de edad entre madre, hijo y nieta, sino por unos entornos que son la metáfora perfecta de las diferencias en sus modos de afrontar la vida, desde esos rascacielos del distrito financiero en los que cada hombre es una isla y el que nos recibe al llegar a casa no es ya el perro sino el aspirador a esa casa de barrio tradicional en el que el suelo se limpia a mano y de rodillas, pero que irradia vida y en la que nunca faltan la alegría de unas vecinas tan chafarderas como entrañables.
"Una madre de Tokio" es una sutil reflexión de cómo abordamos el alcanzar lo que realmente queremos, de si es mejor disfrutar las pequeñas cosas o plegarnos a aquello que se espera de nosotros. Con auténtica alma de poeta a la hora de tratar la bondad de las pequeñas cosas, de la inocente galleta de arroz al soñado paseo en barco, con momentos tan antológicos como aquél en que la madre cuenta como se enamoró de su esposo, este es uno de esos films que han de abordarse con calma, recreándose en los matices de cada imagen de este fresco del Tokio de ayer y hoy a la sombra del omnipresente Tokio Skytree. Un microcosmos en el que la realidad puede esconder una pizca de magia pero en el que lo esencial no es el trabajo, ni los estudios, sino las relaciones entre los seres humanos, familia o no.
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