El paso del tiempo es uno de esos temas capitales tanto en la literatura como en el cine, pero es más que fácil que al hablar de la llama
da tercera edad ( aunque en algún caso casi podríamos hablar de cuarta) caigamos en la comedia ( ahí está entre otros la abuelita fan de los canes de Un pez llamado Wanda) o en la tragedia morrocotuda...sin embargo un término medio es posible...con su gotita surrealista, eso si, por eso hoy hablamos de La juventud.
Fred y Mick, amigos y consuegros desde hace décadas pasan unos días en un lujoso y tranquilo hotel- balneario en Suiza. Mientras Mick última el guión de su próximo largometraje, el que según él será su testamento cinematográfico, Fred afronta tanto el desengaño amoroso de su hija Lena como las continuas peticiones de un enviado de la Reina de Inglaterra para que dirija un concierto en honor de ella y el Príncipe Felipe, algo que rechaza por razones personales. Serán unas extrañas vacaciones en las que, literalmente, pasará de todo.
Desarrollada entre dos canciones tan distintas como pueden ser los personajes y situaciones que presenta la película, La juventud es una historia tragicómica sobre dos personas en el invierno de sus vidas pero que todavía se enfrentan a unos retos tanto personales como profesionales que les dejarán honda huella.
Ambientada en un lugar tan pacífico como una Suiza de auténtica postal (vaca suiza incluida, por supuesto), y tan relajante como puede ser un hotel-balneario la cinta sin embargo nos presenta toda una pléyade de personajes y situaciones si no ya atípicas tremendamente surrealistas, desde el sosias de Maradona parco en palabras a la monja budista con poderes de levitación pasando por el mismísimo Hitler...y son sólo la punta del iceberg de todo un riquisimos microcosmos en el que la sorpresa nos aguarda en cada esquina.
La juventud es una película fresca y divertida, pero también una honda reflexión sobre la vida y la creatividad, que sabe moverse con elegancia entre la gravedad (el casi monólogo de Lena sobre el papel como padre de su progenitor) y la (falsa) banalidad (las escenas de la pareja muda, la historia de Gilda Black...), para desembocar en un desenlace tan impactante como abierto a interpretaciones.
Un gran guión y unos actores en pleno estado de gracia redondean una película entre el drama más real y el gag más chocante, pero que nunca abandona un ligero aroma a poema surrealista ( la escena de las vacas) por muchas locuras ( el videoclip), y que la convierten en una hermosa y original rareza.
En la línea de la oscarizada La gran belleza una película que entretiene, sorprende y emociona...y eso es decir mucho
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