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lunes, 27 de mayo de 2019

COMO SOJA PARA ARROZ

Entre concursos y programas de cocineros estrella ya es raro no encender el televisor y encontrarse de sopetón con un programa de gastronomía. La gran pantalla por supuesto no ha salido indemne, dando paso a cintas tan hipnóticas como Vatel, El festín de Babette o, tirando por el lado salvaje de la vida, El cocinero, el ladrón, su mujer y su amante. Japón, uno de los países más entregados al arte de la gastronomía con mayúsculas tenía por supuesto que adherirse con películas como Una pastelería en Tokio...y ahora es le turno de El cocinero de los últimos deseos.
De la mano de Yojiro Takita, director de la oscarizada Despedidas, la película parte de una premisa fascinante: un chef, arruinado por su particular espíritu perfeccionista, que cobra obscenas sumas de dinero por cocinar una última comida para enfermos, ya que posee el extraño talento de poder reproducir fielmente cualquier manjar que haya probado al menos una vez.
Sin embargo esta es una mera excusa para sumergirnos en una trama mucho más ambiciosa: la de recuperar y reproducir el pantagruélico menú imperial, un desfile de más de cien platos creado en la Manchuria de los años 30 para deleitar al emperador de Japón durante una visita oficial, ya que es el último deseo de un eminente chef chino que desea degustarlo antes de su inminente fallecimiento.
La historia no puede negarse es original, pero a medida avanza la trama, comenzamos a percatarnos de que, primero, carece del encanto de la que abría la película, y segundo, que va perdiendo fuerza paulatinamente a la par que el argumento se complica y se torna más oscuro, suponiendo un mero mcguffin para conducirnos a una moraleja moral cuya resolución, en más de un momento, podemos intuir.
No se puede negar que El cocinero de los últimos deseos presenta una dimensión del mundo culinario espectacular, con delicias exóticas y platos visualmente deslumbrantes (aunque a mí me supera lo de la sopa de tortuga con tortuga incluída...y supongo que a más de uno). Un auténtico deleite del sentido de la vista que arrastra el del gusto aunque no podamos percibirlo, y que deslumbrará a cualquier fan de la buena mesa. pero frente a esta explosión de colores y texturas argumento y personajes resultan prácticamente vacíos, haciendo que cuando la gastronomía desaparezca de escena el espectador se enfrente a una  historia que hay que coger (permítanme el chiste, que entra solo) casi con palillos.
Una cinta más que recomendables para los aficionados a la cocina audiovisual, devotos de Masterchefs y Bake Offs varios, pero que al igual que estos programas, por mucho que lo pretenda con su mensaje final (que por supuesto aquí no desvelaremos), es de consumo rápido y leve calado.
Poesía culinaria en estado puro en medio de una trama con ribetes inverosímiles en la que los protagonistas parecen ser, como reza una de las frases de la cinta, los ingredientes, y no los personajes a pesar de sus muchos dramas humanos.

El cocinero de los últimos deseos llega a las pantallas españolas el 19 de julio.

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