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miércoles, 5 de febrero de 2020

20000 LEGUAS DE ROLLITO MARINO

El que más y el que menos que se hayan aproximado al mundo de la animación japonesa sabe de sobra que hay una serie de tópicos, y más cuando se incluye una trama de corte romántico que son imprescindibles. Ahí tenemos al chico tímido (tanto que en ocasiones hasta le sangra la nariz por verle un tobillo a la chica de turno, al secundario borde pero que en el fondo tiene un pedazo corazón que no le cabe en el pecho, a la chica metepatas que oculta un talento especial, la canción almibarada, las escenas volando-flotando en el desenlace, el corte en el que los protagonistas aparecen comiendo o incluso hasta cocinando (y que gracias a magia de la animación tiene una pintaca increíble). De más de uno, por no decir todos, bebe la última ganadora de Sitges en la categoría de película de animación y ¡ojo! no es una crítica. Su título El amor está en el agua.
Durante su primera parte esta cinta japonesa no renuncia a su condición de película romántica con espíritu de romance adolescente (a pesar de que su protagonistas ya han superado, aunque por poco su etapa de instituto) de esos que al espectador le suba el azúcar a niveles estratosféricos. Pero como este ya supondrá pronto la trama va a sufrir un inesperado giro que va a cambiar para siempre la relación de la pareja protagonista y que va a dotar de personalidad a una historia que en principio resultaba tremendamente previsible. Es en este momento cuando además de subir la tensión dramática la pelicula va a aportar un elemento mágico que será esencial para el devenir de los personajes, llegando en alguna escena a un nivel surrealista de ese que solo podemos encontrar en el cine nipón (impagable el plano de la protagonista paseando de la aleta de una marsopa hinchable, por razones que dejaremos el espectador descubra por sí mismo) y dotando de esta película de una originalidad en su conjunto de la que carecen sus partes por separado.
El amor está en el agua es una película de personajes, un viaje emocional que lidia entre la tragedia y la esperanza conduciendo a sus protagonistas en un viaje hacia la madurez doloroso en más de una ocasión, pero que no se puede abandonar, logrando una poesía visual que no intenta imponerse sino añadir magia a una historia en comienzo realista.
A ello hay que añadir un cuidadísimo apartado visual que además de un buen diseño de personajes y entornos saca el mejor partido a la animación tradicional, logrando que los elementos de cgi no se impongan, aunque se empleen, al trabajo artesanal en un equilibrio que da lo mejor de sí en escenas tan impresionantes como las de los incendios o aquellas en las que los protagonistas practican surf, con una gran naturalidad a la hora de presentar el líquido elemento.
El amor está en el agua es sencillamente una película de animación bien ejecutada con una historia que, aunque en algún momento, en especial al inicio, puede echar atrás al espectador menos afín a este tipo de romanticismo (y más con la omnipresente canción que da título a la cinta en su país de origen), logra conquistar con una trama en la que los sentimientos estan a flor de piel y unos personajes que, aunque no resultan el colmo de la originalidad, nos resultan tremendamente humanos. Una historia romántica para aquellos a los que les gusta disfrutar de las buenas historias y una cita imprescindible para aquellos que quieran celebrar un San Valentín con aroma a anime.
El amor está en el agua a los cines el 14 de febrero

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