No es este el único problema que tiene la cinta de Aster. Habiendo noticias malas y noticias buenas prefiero empezar por las malas para que las segundas sepan todavía mejor. Con Midsommar no podemos hablar de factor sorpresa. En el caso del cine de terror estamos aburridos de turistas, normalmente norteamericanos, que se meten donde no deben, en la línea de Hostel, ¿Quién puede matar a un niño?, The ritual o (sin ir solo a hacer turismo sino a trabajara su particular modo) Holocausto caníbal. Hijos de una economía poderosa y una cultura que hace que aquella a la que se enfrentan les resulte exótica, tratándola normalmente de manera irrespetuosa, y que acaban encontándose con que la moraleja del cuento les golpea de manera más o menos sangrienta en todos los morros. Así que cuando asistimos a los planes de los protagonistas de visitar la comuna formada por uno de sus compañeros universitarios para celebrar su festival de solsticio ya sabemos que algo apesta a podrido...en este caso en Suecia, y que se van a encontrar con el lado más oscuro del país del Ikea y las albóndigas.
Pero antes de ello Aster ya nos ha enfrentado, tal y como hizo en su previa Hereditary, a un complejo proceso de duelo. Una chica, Dani, que acaba de perder a su familia más próxima de una manera escalofriante, algo que hemos podido ver en una escena nocturna de corte casi onírico que contrasta violentamente con esa Suecia casi perpetuamente iluminada y bucólica que van a encontrar en su viaje, y que marcará su visión de los acontecimientos que van a tener lugar a continuación.
Un viaje en más de un sentido. Físico, llegando a un territorio desconocido cuya lengua ignoran y que resulta tan hermoso como extraños. Psicodélico, a través de las sustancias que van a consumir durante el mismo y que, sumadas al insomnio (ahí están esos llantos de bebé que no dejan de escucharse por la noche) deformarán su percepción de un modo que apenas sí logran intuir. Y por último espiritual, trastocando las vidas de sus protagonistas para siempre.
Midsommar es una película en la que resulta fácil entrar. Una película llena de imágenes fascinantes, bañada de manierismos que invierten nuestro eje de visión, se pierden en reflejos o se ayudan de dibujos, en el más puro espíritu de las comunidades primitivas, para explicarnos aquello que va a ocurrir a continuación. En una dimensión paralela a la que nos invitó hace décadas El hombre de mimbre hace un uso inteligente de su banda sonora, de una fuerza similar a la que pudimos conocer en la infravalorada pero muy recomendable Lords of Salem, de una dirección artística en la que nada es gratuito y del montaje, con algunos de los sueños más inquietantes vistos en el último cine de terror. Pero unos rituales con una fuerte carga grotesca y simbólica pueden hacer que igual de fácil que el espectador ha entrado salga, a diferencia de los personajes, fácilmente al encontrarse momentos tan chocantes como el encuentro amoroso o unas danzas colectivas que llegan a extemos báquicos.
Midsommar no es una cinta de terror al uso. Resulta un hermoso y poderoso imán desde su primer fotograma, aunque intuyamos fácilmente su desarrollo, pero exige del espectador una suspensión de incredulidad al que este puede no prestarse. Reverso luminoso de una Hereditary que parece desarrollarse en otro mundo pero con la que comparte terrenos comunes como enfermedades hereditarias, extraños cultos o testas coronadas la película es una apuesta arriesgada, pero logra apoderarse del espectador de principio a fin. Si quieren hacer un viaje este verano sin moverse de asiento el destino solo tiene un nombre: Midsommar, aunque ¡ojo! es solo de ida.
Midsommar llega a los cines españoles el 26 de julio
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