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jueves, 24 de noviembre de 2016

AL OTRO LADO DE LA LINEA

No es la primera vez que nos encontramos ante un caso en que la línea entre realidad y ficción es, como poco, difusa. No es solo que el cine sea una  de las grandes madres de sueños sino que a veces dentro de una película misma los personajes se dejan arrastrar por su propia fantasía, ya sea por una inducción de origen desconocido al menos de momento para ellos (la Matrix de turno), ya sea por sus capacidades soñadoras en estado puro (la fantasía de La historia internimable), aunque muchas veces el resultado no es tan grandielocuente...es el caso de Aloys.
Aloys acaba de perder a su padre pero continua desempeñando el trabajo que realizaba con él como detective privado. Su principal herramienta es la cámara, con la que graba las pruebas de sus casos, pero mientras experimenta su duelo en soledad un día se queda dormido en un autobús, no despertando hasta que se encuentra ya en cocheras. Pronto descubrirá que un desconocido se ha llevado su cámara y sus cintas, unas de corte profesional, otras privado. Al poco una mujer contactará por teléfono con él para confesarle que se ha llevado sus cosas y que todavía no tiene muy claro si devolverlas a quienes aparecen en ellas...Aloys iniciará una investigación para descubrir la identidad de su misteriosa interlocutora.
Transmitiendo la sensación de soledad sin palabras ni personajes en las escenas que abren la película Aloys es una cinta que aborda los sentimientos del dolor y la pérdida a través de la figura de un hombre solitario y reacio al contacto humano (hay momentos que incluso podríamos decir al contacto con cualquier ser vivo) que ve como un hecho fortuito puede cambiar por completo su existencia.
Haciendo gala de una vocación estética muy marcada esta producción suiza nos conduce a un territorio frío y hostil, incluso en aquellso escenarios en que la presencia humana debería ser mayor (el andén del tren, el interior de un autobus en el que, para colmo, un vaho casi perpetuo impide observar el exterior), de colores apagados y poblado por seres tan coridianos como inquietantes (la vecina que maúlla), especialmente en los primeros planos, un terrotorio que es un espejo del protagonista mismo y que va a contrastar rápidamente con esa desconocida que va a irrumpir en la existencia de Aloys y que va a imponer la presencia del color tanto a nivel fantástico (la descripción del bosque) como real (la pista en forma de medias amarillas, el apartamento lleno de plantas...).
La película presenta una idea interesante, la de dos personajes que se relacionan únicamente a través del teléfono y que van a crear su propio campo de acción en un territorio irreal que han creado en sus mentes mediante descripciones verbales, algo que tampoco es innovador en el género (ahí están cintas como Un puente hacia Terabithia), pero que en esta ocasión recurre a protagonistas más adultos para presentarnos un universo irreal en cualquiera de sus vertientes, auténtico e imaginado, y entre las que empieza a transmitirse una continua contaminación (la presencia de las chaquetas rojas)
Pero Aloys es ante todo una película ambiciosa en extremo, una cinta que intenta abrazar excesivas dimensiones sin privarse ni de una atmósfera onírica (la presencia de las ovejas o de la iguana) ni de un cierto aroma poético (el plano del visillo cayendo desde el balcón...¿alguien ha cdicho American beauty?) pero que se deja lastrar por una grandielocuencia extrema que contrasta, no obstante, con su aséptica ambientación y parquedad de sus diálogos (para ser una cinta cuyos protagonistas se relacionan principlamente por teléfono las escenas mudas o casi mudas son una constante), pero que arratra tanto el ritmo de la historia como resta empatía a los personajes, creando un conjunto más vacío de lo que pretende, con una historia con un arranque interesante pero que se pierde entre derroteros demasiado abstractos.
Película sobre un atípico triángulo amoroso de dos lados Aloys llega a los cines el 2 de diciembre.

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