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lunes, 4 de mayo de 2015

CUBERTERÍA INVASORA

Ese vicio inherente al ser humano que es establecer reglas para todo ha dado mucho de sí, a nivel histórico, literario y por supuesto fílmico. Tatuadas a fuego en la mente de cualquier aficionado al cine en general y fantástico en particular están algunas como la de no alimentar a ciertos bicharracos después de media noche o decir en según que género "Ahora vuelvo" porque no volverás. Pero ¿que pasa cuando las reglas no vienen de la película misma sino que son un complemento añadido por el respetable? que si se hace como se debe esta aumenta exponencialmente su capacidad de diversión, como sucede en ealgunos pases de la ya mítica The Rocky horror picture show o con la película de la que hoy hablamos, The room.
Juanito (Johnny en la versión original) es un hombre feliz. Tiene un buen trabajo en el que pronto le ascenderán, una bonita casa, una hermosa prometida, buenos amigos con los que jugar a tirarse el balón como tontos y todas las fotos de cucharas que un hombre podría desear. Lo que el no sabe es que su querida Lisa le está poniendo los cuernos con uno de sus mejores amigos, Marcos (Mark), que Dioni (Denny), el jovencito que vive con ellos, coquetea con las drogas, que el prometido ascenso no es tan seguro y que su futura suegra padece cáncer (aunque esto parece darle más o menos igual, si es que realmente lo sabe). Todo ello derivará en tragedia.
Dramón morrocotudo, con todos los ingredientes de un culebrón de tarde de esos que se compran por paquetes, comienza mostrándonos una situación idílica, la de la pareja formada por Juanito y Lisa, unos enamorados que viven felices haciendo el amor entre rosas y doseles (sólo les falta al chimenea, pero no debía haber presupuesto) cuya vida pronto va a torcerse por el talante casquivano de ella (que al no sentir nada por él en vez de poner las cartas sobre la mesa se dedica a tirarls los trastos a Marcos, un amigo de Juanito que tampoco le hace ascos).
Y entre este comienzo y su desgarrador desenlace (sobre todo para su protagonista que en su marco final se marca toda una interpretación digna de un cateado del actor's studio en el que destroza toda la room que da nombre a la película) toda una serie de profundos problemas que se mencionan una vez, casi de pasada (y a otra cosa mariposa) como las drogas (no pasa nada, una paliza al camello, una conversación de dos minutos y ya está) o el cáncer (que menciona una vez la madre que lo padece y luego ni se menciona)..
Por supuesto estos serían sus menores problemas. En una cinta pretendidamente compleja y emotiva pero con la profundidad de una piscina para niños no pueden faltar planos mal enfocados, fallos de raccord, extraños encuadres, pesados planos secuencia (ese puente) e interpretaciones vacías (¿a que viene tanta risita?), y en la que no faltan recursos a los que acude con frecuencia como los juegos con el balón o las peleas de almohadones (o directamente repite la escena como en el caso de las relaciones amorosas de la pareja), dejándonos bastante estupefactos.
Pero son los diálogos (especialmente en los momentos clave como cuando Juanito empieza a olerse la tostada), las motivaciones de chichinabo de los personajes (esa insistencia de la madre de que se casen porque él puede mantenerla) y por supuesto los inenarrables giros de guión (de los momentos álgidos cuando el protagonista manipula el teléfono para tener pruebas de las infidelidades de su chica) lo que le da la sal a una historia en la que nada parece tener sentido del todo pero que deja al espectador con la boca abierta injtentando dilucidar si realmente está viendo y escuchando lo que acaba de ver y escuchar.
Y todo bajo la batuta de Tommy Wiseau, un auténtico hombre del Renacimiento (al que habrían echado de Florencia en los albores del Quattrocento) que la dirige, guioniza y protagoniza, sin destacar en nunguno de los campos (o destacando en todos...los que ya hayan visto la cinta sabrán a lo que me refiero) y que nos ha dejado una obra que impacta profundamente en el espectador, aunque probabelemente no del modo que él habría deseado. Al parecer sigue trabajando por ahí, aunque su trabajo últimamente se centra en el mundo de las series y ha aparecido en el documental Homeless en America...no preguntamos más.

Y es que lo que realmente hace destacar esta película no es lo que vemos sino como lo vemos. The room es una obra que jamás, pero jamás debe verse solo, y que tampoco debería ceñirse a un mero visionado. Para eso están las teglas, como mencionábamos al principio. Arrojar cucharas a la pantalla cada vez que aparece un cuadro con ellas (resultado de una peli con atrezzo de muebles suecos que no se molestó en quitar las fotos originales de los marcos), soltar globos en la escena del cumpleaños, cantar la sintonía de Padres forzosos cada vez que aparece la casa de la serie o gritar "go, go, go" en los interminables planos del puente son alguanas de las divertidas actividades que pueden realizarse durante el visionado, a las que se suele inirse alguna norma nueva durante las proyeccines con un buen número de espectadores como la última en Madrid en la que nació el invento de gritar "necrofilia" casi al final de la cinta (y aquí no destriparemos por qué). Testimonio de ello es el rodaje del documental Room full of spoons, que ha seguido las proyecciones de The room a lo largo del globo y cuyo simpático equipo también estuvo en Madrid, recogiendo aterradores testimonios.
Porque si se hace bien, como se ha hecho en gran parte de Europa, como hizo el pasado jueves en el cine Artistic Metropol gracias a la gente de CineCutre, Conejornio y compañía The room deja de ser una película, deja de ser un culebrón y comienza a ser lo que debe ser: una auténtica fiesta, y es entonces cuando empiezana a aparecer los fans. Por supuesto la semana pasada se ganó unos cuantos, entre los que me incluyo.
Como una película así no puede clasificarse con los baremos normales volvemos a los grados de CutreCon y Trash-o-rama...y con la nota más alta
Para verse en grandes salas, teatros, estadios de fútbol...cuanta más gente (y más cucharas) mejor.


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