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martes, 7 de junio de 2016

VERDE NO ESPERANZA

Por estos brumosos pasillos del Monigotorium nos encanta hablar del miedo en todas sus facetas, si bien nuestra debilidad es, por supuesto, la cinematográfica. Pero si hay un miedo de esos irracionales (aunque en muchas ocasines un invitado sorpresa lo convierte en más que justificadamente racional)
 que le sienta de perlas al sétimo arte ese es la claustrofobia. Ese terror a no poder salir por causas propias o ajenas (de La cueva a The descent pasando por La trampa del mal, que transcurría en un ascensos casi por completo, entre muchas otras) nunca le ha sido ajeno al género...y un poco de esto vemos en la todavía reciente Green room.
 Ain't rights, una banda de música que vive prácticanmente en la carretera a la espera de nuevas actuaciones, logra gracias a un periodista local un bolo en un apartado local, con la advertencia de no separarse de su contacto ni hablar de política, ya que la práctica totalidad de sus clientes son skins. Sin embargo la actuación, a pesar de su inicio, concluye sin incidentes. Pero a punto de volver a su caravana los músicos se convieten en involuntarios testigos de un crimen. Interceptada su llamada de socorro los responsables del garito les ocultarán de la policía y evitarán que el grupo  abandone el establecimiento, encerrándolos en un cuarto del que tienen muchas posibilidades de no salir con vida.
Escalofriante cuento de horror sin elementos sobrenaturales Green room es una violenta fábula en torno a un grupo de jóvenes que sin comerlo ni beberlo acaban enfrentados a un grupo de skin armado y con perros de presa dispuestos a que el secreto del que han sido testigos se vaya literalmente a la tumba con ellos.
Sin abusar de las posibilidades de la claustrofóbica prisión en la que primero les encierran y posteriormente se atrincheran los protagonistas (de modo que tenderemos que esperar a esta parte, permitiéndonos conocer a unos protagonistas que hasta en situaciones menos peligrosas para su integridad física son unos auténticos supervivientes) pero jugando con habilidad con los contados elementos con los que cuentan frente a unos antagonistas poderosamente armados (lo mejor el cútter y el extintor, a los que saben sacar todo el jugo) la película sabe transmitir toda la tensión posible ante una situación que sabe revelarse como visceralmente realista.
Con un espectacular sentido del ritmo, ayudado por una casi completa sumisión en la segunda parte del metraje a la regla de las tres unidades, la película tiene una de sus mejores bazas en los actores de ambos bandos, desde unas víctimas que saben convertirse no sin esfuerzo e ocasionales verdugos hasta un grupo de skins comandado por un simplemente magnífico Patrick Stewart que sabe, con un gran sentido de autoridad pero sin jamás subir la voz más de lo necesario convirtiéndose en omnipresente incluso antes de su aparición en pantalla (todos esperan a Darcy...y muy pronto descubriremos por qué) que con su profunda dicción a través de la puerta sabe ponernos literalmente los pelos de punta.
Con un guión con una premisa tan simple como adictiva, adornada con alguna perla de diálogo francamente ingeniosa (el fin de la respuesta a la cuestión de que grupo llevarese a una isla desierta), Green room sabe convertirse en una de esas cintas que uno disfruta viendo como otros lo pasan mal, regalándonos incluso algún momento tierno que es mero espejismo en medio de la violencia que destila la práctica totalidad del metraje (la reacción del perro ante el desenlace de su amo), y que sabe crear en el espectador un desasosiego fruto de una empatía hacia unos personajes que quizás no hayamos llegado a conocer con tanta profundidad pero en cuya piel no cuesta mucho meterse.
Violenta fábula sobre la maldad humana Green room llega a nuestras pantallas el 10 de junio

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