No sé por qué pero la primera vez que escuché el título La enfermedad del domingo la primera palabra que me vino a la mente fue "pereza", no porque me aburrirse el argumento, que en aquel momento desconocía. Era una fugaz asociación de ideas en torno a ese concepto de domingo que solo parece invitar al descanso.
El único punto de unión que me ronda la cabeza tras ver este drama de mujeres de misteriosa relación, aparte de su vínculo de madre e hija, es el tratarse de una cinta pausada, sin estridencias, que va desnudándose poco a poco de todo artificio (como los relativos a esa cena perfeccionista, casi simétrica, con la que se abre la película) para llegar al puro equilibrio.
Parca en dialogos, con un escueto acompañamiento musical y unos personajes con frase cuyo número casi podemos contar con los dedos de la mano La enfermedad del domingo es el envoltorio sencillo pero cuidado de una historia que no es sencilla de contar. Una historia de personajes con mucho de cuento gótico en el sentido más decimonónico del termino que renuncia a ser sutil en sus metáforas (la escena de la gaviota) para invitarnos a un crudo universo de dificil acceso, rico en silencios incómodos y ambientes falsamente cotidianos.
Dos actrices de distintas generaciones son quizás lo mejor de una película que gana cuando aumenta su aura de misterio, cuando más dudas nos plantean unos personajes que contrastan tanto como se complementan. Una madura pero inmersa en un "juego" que en un principio no comprende. Una más joven que en ocasiones casi se nos antoja un ser mítico, un duende del bosque que aparece y desaparece a voluntad, y que controla una situación que en principio ni madre ni espectador saben a donde conduce. Un tándem que consigue atraparnos con una historia cuyo ritmo en más de una ocasión nos cuesta aceptar, pero que sabe resultar tan humana como cautivadora.
La enfermedad del domingo llega a los cines el 23 de febrero.
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