Decían que si estreno era inminente, pero la pandemia hizo que la llegada de este ¿Capitulo final? de la saga John Wick haya tardado mucho más de lo esperado. Sin embargo aquí está. Sin subtitulo como las anteriores y casi tres horas de duración la cinta protagonizada por Keanu Reeves llevará a nuestro antihéroe por Asia y Europa en su afán de librarse al fin de la influencia de la poderosa organización que ha puesto un precio a su cabeza que no deja de subir.
Acción pura y dura esta nueva entrega poco añade a nivel argumental a lo que pudimos ver en las anteriores 3 películas. Una misteriosa agrupación, la mesa alta, de asesinos que reciben los avisos a través de medios que podríamos calificar de vintage con una marcadísima jerarquia y unos códigos de honor que hacen que tan pronto se pueda estar fuera como dentro sigue siendo la base que condiciona las acciones de un personaje más que dispuesto a llevarse a cualquiera por delante con tal de recuperar su libertad. Y a partir de aqui nada nuevo, un festival de tiroteos y ataques con arma blanca que, eso sí, no dejan a nadie indiferente. John Wick 4, en la linea del resto de la saga no aporta mucho pero si somos sinceros nada de eso importa, ni siquiera unos diálogos de los que están carentes numerosas escenas.
Simplemente es una película que gana cuando uno se deja llevar por unas coreografías y persecuciones que llevan la violencia al límite, aunque carente de la exposición de víscera alguna. Una cuidada puesta en escena, que homenajea al resto de cintas protagonizadas por Wick, en la que ninguna idea parece lo bastante loca sin dejar nada al azar, ni en atrezzo ni en iluminación y en la que se permite hasta arranques de virtuosismo como ese plano secuencia en que arrancando de la subida de una escalera nos muestra toda una vista en picado de la batalla pasando de una habitación a otra añade enteros a una película en la que cualquier cosa puede ser un arma, hasta un naipe
John Wick 4 es parca en originalidad pero no la necesita. Pura adrenalina, con más ambientaciones que un catálogo de viajes, entre las que destaca un París al que saben sacar el máximo partido como en el enfrentamiento en las escaleras del Sacre Coeur, y toda una serie de pintorescos secundarios como Bill Skarsgard, aquí villano principal de la función, o esa suerte de Kingpin berlinés que va a dar al protagonista auténticos quebraderos de cabeza estamos ante una película que cierra el círculo expandiendo al máximo lo que ya conocemos, con espectacularidad, aunque con un sentido del ritmo irregular que va de lo vertiginoso a lo repetitivo.
Una película que sabrá encandilar a los fans del personaje aunque no conquiste como esa primera parte que nos pilló a todos con la guardia baja. Nada falta en esta, ni siquiera el perro con instinto asesino al que dan ganas de llevarse a casa, en esta cinta que combina con inteligencia violencia que fuerza al máximo nuestra incredulidad y buen humor negro. Puro cine palomitero, solo hay que dejarse llevar, desde ese arranque que casi nos remite al western hasta la misma escena post créditos: lo agradeceréis.
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