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lunes, 9 de enero de 2017

LAGARTIJA VITAMINADA

Aunque la omnipresente industria cinematográfica norteamericana nos ha regalado, por llamarlo de alguna manera, su particular visión del mito, pocos de nuestros queridos monstruos hay que se identifiquen tanto con una cultura como son Godzilla y Japón, un gigantesco ser nacido del terror atómico que se mueve con habilidad en la frontera entre héroe y villano a la par que se enfrenta a titanes increíbles o humanos que solo buscan su propia supervivencia...y cual boomerang siempre vuelve, así que hoy hablamos de Shin Godzilla
Algo extraño sucede en las aguas que bañan las costas niponas. Temblores y amanaciones de humo de origen desconocido son solo el preludio de la llegada de un gigantesco ser que destruirá todo a su paso, incluso antes de llegar a tierra, y ante lo que las altas esferas, con el primer ministro de Japón a la cabeza, no saben que medidas adoptar. Sumidos en el caos parece que se enfrentan a una criatura indestructible en continua mutación y que además deja un rastro radioactivo, pero un rayo de esperanza llega a través de un pequeño comité compuesto por políticos y expertos que parece haber encontrado su punto débil.
Acosrtumbrados como estamos a un cine de catástrofes en el que, ante la amenaza de monstruos gigantescos, fenómenos meterológicos o invasiiones extraterrestres, se alterna la destrucción con sentimentales historias de superación y fuertes sentimientos humanos en los que no suele faltar la de alguna familia desestructurada (o parejita a punto de separarse) recompuesta irónicamente gracias a la destrucción a gran escala, resulta refrescante la llegada de este Shin Godzilla en la que junto a la amenaza que supone el monstruo se alza otro perligro que es una burocracia y un protocolo fuertemenete enraizado en la clase políica que mina toda posibilidad de responder a una destrucción casi total.
Shin Godzilla devuelve el mito a sus orígenes, un ser que parte de un primer estado de aspecto casi grotesco para poco a poco irá mutando a una silueta que nos resulta mucho más familiar, tanto como lo es una original banda sonora que alterna temas nuevos y clásicos, y lo hace con unas escenas de destrucción impresionantemente coreografiadas que revelan lo mejor de sí en fragmentos como el impresinante ataque nocturno en el que, tras dejar Godzilla a oscuras la ciudad, los juegos con efectos de luz y fuego nos dejan unas escenas de una belleza terrible.
Los ecos no ya solo de Hiroshima y Nagasaki planean sobre una cinta que ha añadido a su propia mitología el espectro de la todavía latente Fukushima (el tsunami previo a la aparición de Godzilla) pero nuevos fantasmas se añaden a la fórmula con una fuerte crítica a una clase dirigente que reacciona tarde y mal ante un hecho que exige medidas desesperadas, y lo sabe hacer con un ácido sentido del humor y unos personajes a los que les cuesta interrelacionarse, unos personajes entre los que no existen vínculos familiares, ni siquiera románticos, y que simplemente se limitan a hacer de una manera más o menos eficiente su trabajo (aunque más lo primero aquellos que parecen quedar en un principio como segundones ante la vorágine de cargos y similares).
Una visión ácida del Japón moderno, fácilmente extrapolable a más de un país, con la excusa del reboot de uno de sus clásicos al que además sabe tratar con impecable respeto en una cinta que no decepcionará a los seguidores del mito ni a aquellos que tras haber paladeado solo los Godzilla provenientes de EE.UU. se enfrentan por primera vez al monstruo con su sabor original.
Godzilla regresa con más fuerza que nunca desde su patria original a los cines a partir del 20 de enero en el Sitges Tour de A contracorriente.

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