Si preguntas a cualquiera nombres de pintores famosos cualquiera, hasta ese primo tuyo que parece que solo lee los correos del wassapp podrá soltarte una retahila que cubre los dedos de las dos manos. El gremio de los escultores no tiene tanta suerte, pero de nombrar alguno dos nombres seguramente saldrán a la palestra, y esos dos serán seguramente Miguel Ángel y Rodin. Si bien al primero ya se le dedicó un célebre film que sin embargo incidía más en su vertiente de pintor (El tormento y el éxtasis, encarnado por Charlton Heston) el segundo había tenido menos suerte, al menos hasta el momento, y ese ha llegado de la mano del veterano cineasta Jacques Doillon.
No nos engañemos. Rodin no fue Caravaggio, ni siquiera Toulouse-Lautrec. Rodin no llevó una vida aventurera, ni era un amigo de la fiesta bohemia ni similar. Así que como el espectador sospecha incluso antes de sumergirse en la película nos encontramos ante una historia sencilla que se va a centrar en dos puntales, el arte y sus relaciones amorosas, de la vida de alguien que era sencilla y llanamente un escultor enamorado de su trabajo. Rodin fue un revolucionario sí, pero solo a nivel artístico y frente a los rígidos cánones académicos, aspecto que por supuesto tendrá su rinconcito en la trama.
Rodin es un biopic lineal, que parte de la figura de un Rodin ya maduro inmerso en una relación que acabará tornándose tóxica con la también escultora y antigua alumna Camille Claudel (cuya historia pasó al cine en La pasión de Camille Claudel, protagonizada por Isabelle Adjani y Gérard Depardieu), probablemente la más relevante de su historia, al que la cinta seguirá hasta sus últimos años, mostrando desde sus dudas artísiticas hasta las más personales.
Una puesta en escena sobria pero cuidada, que parece renunciar en su práctica totalidad al color en una opción que casi podríamos clasificar de escultórica, así como a la música, que solo escucharemos en momentos muy puntuales (como aquel en el que por fin descubre como dotar de cuerpo a su Balzac), es quizás lo más reseñable de una película que no se complace en alardes aunque sí lo haga en la obras presentadas, y en los pequeños matices de la creación del artista, una faceta mucho más interesante que la relativa a los aspectos sentimentales. Rodin nos presenta a las distintas mujeres que pasan por la vida del célebre escultor pero parece que, a pesar de la pasión, y al igual que él, no se enamora de ninguna de ellas, limitándose a presentar esbozos, escenas fragmentadas de la vida del artista, mermando el ritmo de la cinta y dejándonos una ligera sensación de película inacabada, a lo que no ayuda un final (que aquí no desvelaremos) que da un pequeño salto en el tiempo para revelarnos el destino de una de sus piezas más queridas.
Rodin es una película que adolece de los problemas que suele padecer casi todas las películas dedicadas a la vida de un artista. Resultan interesantes para aquellos que conocen y adoran su trabajo (algo que en este caso no es difícil) pero pierde interés para los que acudan al cine para ver un drama al uso, aunque eso no desmerece de una cinta que no debería perderse cualquier enamorado del arte con mayúsculas.
Rodin llega a los cines españoles el 24 de agosto
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