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martes, 10 de enero de 2023

BABYLON. El desmadre de los dioses

¿Nos quejábamos de la duración de la nueva entrega de Avatar? Pues sorpresa, llega el año nuevo y con él una película a la que la fábula ecologista de James Cameron supera en duración por apenas cuatro minutos. Un metraje excesivo como lo son las fiestas del Hollywood de finales de los años 20- principios de los 30 que presenta "Babylon", la nueva película de Damien Chazelle, el director de "La La Land".
Nuestra historia arranca con los últimos compases de la época del cine mudo, presentando un mundo en el que se filma y se vive a tope. Un universo en el que la mentira arranca al hombre de a pie de sus miserias cotidianas y en el que cualquiera puede convertirse en una estrella de la noche a la mañana. Este es el caso de Manuel y Nelly, una pareja que va a conocerse en una fiesta (alguno diría que casi una orgía) y a partir van a ascender en la industria del cine por caminos muy diferentes. Pero en este fresco sobre un periodo en el que todo va a cambiar merced a la llegada de las 'talkies' también incluye otros personajes que se adhieren al tópico como el galán estrella y de vuelta de todo, la crítica curtida, el director magalómano o el músico que descubre que, para mantenerse, va a tener que cambiar algo que no espera. Todo en un reparto coral que va a comulgar de toda una serie de sueños rotos cuyo desenlace, años después de su comienzo, no esperan.
"Babylon" es una película excesiva. Virtuosa en su dirección artística y vestuario la trama se deja llevar, en pro del exceso, por el camino de la escatología y el erotismo explícito (no falta ni la referencia al caso Fatty Arbuckle), freaks incluídos, mientras la trama se diluye e incluso cae en las garras de la repetición. La película fluye entre varios géneros sin definirse, de la comedia bufa (la escena de los vómitos no desentonaría en un episodio de "Family guy") a la tragedia pasando por la farsa, y se nos antoja un hermoso e hinchado globo a punto de explotar. Incluso nos deja la sensación de querer presentarnos un musical sin canciones, con una querencia por el plano secuencia y las escenas de multitudes que nos hace pensar en un género por el que el autor siente querencia, pero por el que tampoco acaba de decidirse a pesar de un buen número de números musicales.
Una cinta ambiciosa que se pierde entre el homenaje al cine clásico y la crítica de un consumo salvaje. Cuenta con alguna escena brillante (toda la parte del primer rodaje al que asisten, cada uno por su lado, los protagonistas, o la primera aparición de Fay Zhu tras la canción) y saca un buen partido de unos actores que en más de un momento parecen caricaturas de si mismos, pero no llega a esa a ser ni el gran canto d cisne fílmico (con referencias a películas como "Cantando bajo la lluvia" o "El cantor de Jazz") ni la crítica dramática que pretende, a pasar de ese montaje final que es casi un viaje interdimensional (o intercinematográfico) a lo "2001" para uno de sus protagonistas. "Babylon" tiene piezas mágicas pero gana más por partes que en un conjunto que aspira a más poesía de la que alcanza. Hay más es un mero pestañeo de Norma Desmond.

"Babylon" llega a los cines el 20 de enero.

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