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martes, 10 de noviembre de 2020

ANNA RABBIT

 

"Solo un juguete". Que una frase en apariencia tan banal pueda marcar en inicio una experiencia angustiosa para cualquiera como es el exilio, y más en el caso de una niña de apenas nueve años, es cuanto menos llamativa. Así arranca El año que dejamos de jugar, basada en la novela de corte autobiográfico Cuando Hitler robó el conejo rosa (título que conserva el film en su versión original) de Judith Kerr, la historia del ascenso del nazismo desde la perspectiva de una familia judía que opta por abandonar su casa en Berlín ante la amenaza de un régimen que tiene al padre, escritor de profesión, en su lista negra. 

Con más de un punto en común con el anterior trabajo de su directora, Este niño necesita aire fresco, la nueva película de Caroline Link tiene su mejor baza en unos personajes entrañables. Lejos de los dramas fílmicos de otros niños víctimas del nazismo, como los pequeños protagonistas de La vida es bella o la lista de Schindler, e incluso del indescriptible Jojo rabbit, la Anna de El año que dejamos de jugar puede parecer estar sufriendo la cara más suave de la tragedia, lejos de bombardeos y campos de concentración en su periplo por Suiza y París. Sin embargo las noticias que llegan de la Alemania bajo el poder de Hitler, años antes del estallido de la II Guerra Mundial (hablamos de los primeros años treinta), el desarraigo, la profunda añoranza de su hogar y la progresiva caída en la pobreza irán haciendo mella en su espíritu, aún dejando relativamente intacta su inocencia. 

El año que dejamos de jugar tiene un ligero aroma de cuento, con unos entornos de postal que da el do de pecho con las impresionantes cumbres suizas (incluso podríamos plantearnos que su protagonista empieza a sufrir el síndrome de Heidi corriendo descalza por la hierba) y un París en el que se puede ver la Torre Eiffel desde cualquier ángulo, captados con una hermosa fotografía, un sentido del humor blanco y unos personajes amantes de las moralejas. Una historia que, en principio, puede parecer más enfocada a un público juvenil (al igual que la novela) que sin duda la disfrutará pero que alcanza toda su dimensión ante los ojos de unos adultos que sintonizan mejor todos los matices de la historia. 

Más para amantes de las historias de personajes que para aquellos que busquen un fidedigno fresco histórico la película nos muestra un nuevo ángulo de un periodo del que el espectador parece no cansarse. De un drama que no debemos olvidar para no condenarnos a repetirlo, y los ojos de la pequeña Anna son un buen filtro para hacerlo.

El año que dejamos de jugar llega a las pantallas el 13 de noviembre.


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