Volviendo a ese viejo archivo de frases para la eternidad surgidas de los grandes del cine una de que casi todo el mundo recuerda, independientemente de tener memoria de su autor, es aquella que reza que jamás hay que trabajar ni con niños ni con animales (aunque el remate, "ni con Charles Laughton", algo que a estas alturas del siglo XXI tiende a ser obviado y resulta más que difícil de incumplir...Hitchcock dixit). La nominada este año al Óscar a la mejor película de habla no inglesa podría posicionarse fácilmente para rebatir esta máxima, con una historia tan dura como conmovedora protagonizada por unos niños a los que la vida parece querer arrebatar todo...incluso más de un listillo podría frivolizar diciendo "hasta los premios" en un año en que Roma parece encauzada a ganar todo lo ganable. Pero Cafarnaúm, una antifábula de luchadores, está más que dispuesta a presentar batalla.
Un chiquillo de apenas 12 años, aunque por su desarrollo se nos antoja todavía más pequeño, abandona brevemente su reclusión en una cárcel de menores, en la que cumple condena por apuñalar a un hombre. para presentarse como acusación en un juicio. En el otro lado sus propios padres, cuyo delito según él, es haberle traído a este mundo.
Este es solo el llamativo arranque de una cinta que sorprende desde el primer momento, una amarga reflexión de las muchas atrocidades de las que puede ser objeto la infancia, y de las que estás dispuesto a defenderse, aunque no siempre lo consiga, Zain, un niño con padres pero que ante las acciones de estos, incapaces de llevarlo al colegio o incluso registrar su nacimiento (de hecho no conocen ni la fecha de su nacimiento) pero sí muy capaces de hacerle colaborador de sus trapicheros con drogas, no tendrá otra alternativa que abandonar su hogar, para descubrir un nuevo tal vez igual de miserable, pero en el que si hay un rincón para el amor y para sentirse parte de una familia.
Zaín, a través del ojo de Nadine Labaki, se convierte en la voz de los inocentes. De bebés encadenados para que no molesten, de niñas forzadas a casarse cuando deberían estar jugando, de niños obligados a buscar sus sustento al pie de la carretera. Un microcosmos marginal y laberíntico, como bien reflejan esas tomas aéreas que casi se antojan la mirada de un dios ausente, rodado con una crudeza incendiaria, en el que la esperanza puede evaporarse en un momento.
Puede parecer difícil encontrar la inocencia en esta miseria pero Labaki la encuentra en unos actores que realizan un trabajo sencillamente impresionante. Unos niños que, sin desmerecer la dura labor de sus homólogos adultos, consiguen robar el corazón del espectador, tanto como cuando se comportan como los niños que realmente son (como cuando el protagonista intenta justificar que su "hermanito", el hijo de la mujer que le ha acogido, es negro se debe a que su madre bebió mucho café estando embarazada o la conversación con el "Spiderman", más parecido a un Mortadelo entradito en años, que a nuestro vecino el trepamuros, del parque de atracciones) como cuando toman decisiones más propias de adultos...o que incluso ningún adulto debería tomar. Naturales, llenos de recursos, capaces de la mayor ternura (indescriptible la relación entre Zain, padre forzoso, y el bebé Yonas) y la frase más hiriente este elenco de actores, pequeños en tamaño pero enormes en talento, son uno de los mejores ejemplos del gran partido que se pude sacar a un reparto en inicio complejo pero que hace de esta valiente película una gran película.
Cafarnaúm es una auténtica bofetada en la conciencia del espectador, un espejo terrible de una realidad que con frecuencia jugamos a ignorar. Una trama que puede hacernos sonreir, y también arrancarnos una lágrima, consiguiendo dos de los mayores objetivos que puede alcanzar una película: hacer que nos emocionemos y hacernos pensar. Y ante eso los premios son solo un adorno en el cartel promocional.
Cafarnaúm llega a las pantallas españolas el 15 de febrero
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