En el caso de una cinta como La cazadora del águila la frontera se revela tenue, a través de la historia de Aishopan, una niña de apenas 13 años perteneciente a un pueblo nómada habitante de las estepas de Mongolia que, entre clase y clase sueña con convertirse en la primera mujer que se dedique a la caza con águila, actividad a la que se dedica su padre, su abuelo y la práctica totalidad de sus antepasados varones.
Con una fuerte dosis de mensaje en torno a la superación personal y el amor a la naturaleza (en el caso del águila por supuesto...digamos que las presas salen algo peor parada) la película tiene su mejor baza en el carisma de su protagonista y en sus apabullantes imágenes, presentando unos paisajes de una belleza casi sobrentaural y unas escenas que logran sobrecogernos (la pelea entre el águila y el zorro, el avance de los caballos por una nieve en la que se hunden literalmente...). Una cinta de impecable factura tanto en imagen como en sonido (incluyendo un tema de la popular cantante Sia) de esas que merecen disfrutarse en la pantalla grande y que despiertan la curiosidad de un espectadore que probablemente disfruta por primera vez del acercamiento de unas tierras tan inclementes como desconocidas.
Pero por otro lado y sobre todo tratándose como se trata de una cinta documental, apartado en el que ha sido candidata y ganadora de varios premios, nos encontramos ante un film con un desarrollo previsible del que solo nos saca su espectacular apartado visual. Una trama (si se me permite usar el término teniendo en cuenta en que género nos movemos) sencilla, que a veces puede parecernos merced a su mensaje y la casi toral ausencia de personas que se dirijan directamente a la cámara (con la excepción de esos expertos que juzgan que la joven cazadora no es capaz de dedicarse a su pasión) más propia de una cinta de ficción que a un documental propiamente dicho, dejando una extraña sentimiento a un espectador que se encuentra con escenas cuyo montaje puede todavía sacarle más de la sensación de de realidad para aproximarlo, con matices, a la de la ficción (la caza del zorro), a pesar de las narraciones que se intercalan durante el metraje.
La cazadora del águla es una película hipnótica, pero también un documental que parece huir constantemente de su identidad documental, valga la redundancia, merced a una historia humana y un lenguaje que le hacen casi adoptar el carácter de (hermosa) fábula. Una delicia para aquellos que busquen dejarse subyugar por los sentidos durante la breve hora y media que dura el mismo, pero que tal vez deje más descolocados a aquellos amantes del cine documental propiamente dicho, con una historia con mucho de sueño aun sumergida en la más pura realidad.
La cazadora del águila llega a la gran pantalla el 14 de julio.
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