¿Alguien recuerda Vidocq? Si, esa cinta de cine fantástico protagonizada por Gerard Depardieu que causó gran impacto en su estreno. Sí, esa que abrió a su director las puertas de Hollywood para, casi de inmediato, volvérselas a cerrar tras el éxito de su siguiente película, quizás la más olvidable de la franquicia Batman, Catwoman. Si, precisamente esa. Pero hoy no es el día de hablar de ese Vidocq, sino de Eugéne François Vidocq, uno de los primeros investigadores privados. Una figura histórica que inspira una película de corte más realista que su predecesora: El emperador de París.
En el París de esta cinta hay espacio para más de un emperador. Por un lado Napoleón, el gran corso, un personaje cuya presencia parece revolotear por toda la cinta sin que sea realmente esencial para el devenir de nuestra trama. Por otro lado los cabecillas de los bajos fondos de la capital francesa de los albores del siglo XIX, luchando por convertirse en los auténticos dueños del cotarro. Entre ellos un Vidocq con todo un carrerón como maleante a sus espaldas que todavía no es el Vidocq de las crónicas sino un pobre diablo que, tras huir de prisión y ser descubierto años después, ve en su asociación con las fuerzas del orden una tabla de salvación para obtener el indulto y zafarse de su incómodo pasado.
Nos encontramos ante una curiosa combinación entre cine histórico y de acción, con un aroma en su concepción, a pesar de la distancia tanto en tiempo como en espacio, a los thrillers ambientados en la Inglaterra victoriana. Por un lado una cinta de cuidadosa ambientación, con una gran dirección artística y vestuario y la presencia de algún viejo conocido de los libros de historia. Por otro uno de los duros de la escena, Vincent Cassel, y unas secuencias de acción con labor de Olivier Schneider (en cuyo currículum encontramos títulos como The fast and the furious o Spectre). Una cinta formalmente hecha con mimo y en la que ambas vertientes parecen encajar bien, con montajes tan bien ejecutados como el de la persecución de Anette por las callejuelas de París .
Pero aunque la cinta sea entretenida y bien ejecutada el resultado, aun siendo correctísimo, lejos está de ser memorable. Una historia de buenos y malos, con menos ambigüedad de la prevista y unos personajes que aun teniendo carisma (como ese húsar que en la batalla final se convertirá en un robaescenas con todas las de la ley) pueden dar mucho más juego.
El emperador de París se antoja una buena presentación de personaje, una película que parece más un punto de partida (es más, su protagonista gana muchos enteros cuando se une a las fuerzas de la ley, y eso ocurre cuando ya llevamos media hora de película) que un producto completo. Una cinta que nos deja ganas de una segunda parte que nos dé más de lo que parece prometer: una buena cinta de detectives, auténticos hombres de acción, previa a la aparición de los clásicos, de la mano de un personaje real de aire legendario que inspiraría a más de un creador.
El emperador de París llega a los cines el 26 de julio
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