No conozco Estocolmo, ni planeo visitarla en las próximas semanas, pero ya desde El premio, y más con el aura adquirida por los países del norte gracias a la nueva novela negra parece embutida en un aura proclive al misterio más profundo, de ese rico en espías e incluso en asesinos. Pero si por algo es famosa la ciudad es por los premios Nobel. Sí, esos que nunca le dan a Murakami. Su peso dió pie a la imaginación de Meg Wolitzer para escribir la novela The wife. Añadiendo el explícito calificativo de "buena" para su título en castellano llega su adaptación al cine, La buena esposa, que cerró la pasada edición del Festival de Cine de San Sebastián.
La buena esposa tiene un comienzo sencillo, casi podría calificarse de anodino. Una pareja recibe la maravillosa noticia de que él, el escritor Joe Castleman, acaba de ganar el nobel de literarura. Nervios, alguna lagrimita y una celebración impropia de la edad del matrimonio, saltando sobre la cama como chiquillos. Pero esta cinta, como los buenos guisos se calienta poco a poco, con paciencia y buenos ingredientes, y por supuesto siguiendo la receta que la propia película describe en esta trama sobre escritores: con un ritmo que se amolda a los sentimientos de sus protagonistas y unos personajes que saben transmitir realidad.
Pero la película no es una mera descripción de los preparativos de la ceremonia de los nobel, de los ensayos y las cenas. Ni tampoco de como algo tan importante puede marcar a una pareja madura que parece tener una vida ya hecha, con dos hijos que los adoran, una esperando al primer nieto de la pareja y otro dispuesto a seguir los pasos de su progenitor, sino que por supuesto hay algo que los espectadores (y a excepción de dos de ellos, más uno a medias, los propios personajes, ignoran, y que van a marcar una trama, bifurcada entre pasado y presente, y el resultado, poco a poco, se empieza a antojar demoledor. Y no desvelaré más de una historia que consigue aumentar el interés del espectador a medida avanza, pasando de la calma a la tormenta con escenas tan inquietantemente hermosas como la del discurso de agradecimiento del premio
En La buena esposa hay, como parece esbozar el apellido del matrimonio protagonista, un hombre del castillo, pero la reina, y, como ella misma se define en una brillante línea de diálogo, "la hacedora de reyes", es Glenn Close, una intérprete que sabe transmitir todos los matices a su personaje. Desde un inicial segundo plano al que en muchas ocasiones ella misma intenta retirarse es inevitable ver como se apodera de la función, revelándose una vez más como una actriz de una potencia dramática imposible de contener y regalándonos en los últimos minutos de la cinta un espectacular enfrentamiento con Jonathan Pryce, que a pesar de su buen trabajo en esta película no puede evitar quedar eclipsado por el de su esposa en la ficción, que golpea al espectador en lo más íntimo, y más en tiempos de nuevas reivindicaciones feministas.
Una cinta que, teniendo en cuenta su protagonista, se antoja el reverso tenebroso, por si no lo era bastante la original, de Atracción fatal, revelando los lodos que pueden arrastrar una abnegación, casi podríamos hablar de sumisión, que no por ser autoimpuesta resulta menos forzada. Una interesante reflexión, secreto envenenado mediante, sobre el papel profesional y familiar de la mujer de la mano de una actriz que ya ha coqueteado con el tema en películas como Albert Nobbs, con una trama de esas que consigue que el espectador siga hablando de ella tiempo después de haber abandonado la sala.
La buena esposa llega a los cines españoles el 19 de octubre.
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