Ahora que tan de moda están los programas de cocina, siendo casi imposible escapar de un auténtico tsunami esferificado con sal rosa del Himalaya y regusto a glutamato monosódico el cine no podía ser ajeno a tal fenómeno. Sí bien el cine gastronómico no es nada nuevo, con películas como El festín de Babette o Como agua para chocolate, o incluso alguna más reciente como #chef, de la que el espectador solo sale con una palabra en la mente: bocadillo, parece que últimamamte el cine puede atraer al público con méritos que escapan de los meramente lúdicos y artísitcos. Dentro de este campo se mueve la película de la que hablamos hoy...algo natural teniendo en cuenta que proviene de un país donde se llegan a editar tebeos sobre gastronomía. Y por supuesto este país es Japón y la película Una pastelería en Tokio.
Sentaro es el encargado en una pequeña pastelería cuya especialidad son los dorayakis. Un día una anciana solicita el puesto de ayudante pero este la rechaza y le regala un dulce. Poco después la anciana vuelve con una tarrina de anko casero, el dulce de judías rojas con el que se rellenan los dorayakis, y ante su espectaculara sabor Sentaro la contrata. Será el comienzo de una amistad en la que poco a poco ambos descubrirán el oscuro pasado del otro
Una pastelería en Tokio es un drama dulce, con una pizquita de comedia y un buen toque de amargor y denuncia social que la dotan de gran originalidad. Una historia sobre la amistad y el amor por la vida de unos personajes que, unidos por un trabajo que aun siendo insustancial debe sin embargo hacerse con mimo, revelarán poco a poco las terribles capas de su pasado que todavía afectan, y seguirán afectando por mucho tiempo, sus vidas.
Con ese ritmo pausado al que nos ha acostumbrado ya el grueso del cine oriental, recreándose en imágenes tan hermosas como las de las flores de los cerezos o la propia elaboración de los dorayakis, un proceso que por repetitivo no deja de ser casi hipnótico, la película es todo un canto a los pequeños placeres de la vida, a través de unos personajes que forman un arco de todas las fases de la vida. Así encontramos una anciana llena de ganas de vivir, un hombre maduro que parece estar ya de vuelta de todo y que siente que su vida se ha estancado y una jovencita, estudiante todavía, que no tiene todavía muy claro que futuro le aguarda, unidos los tres por ese microcosmosque casi es una pausa en el camino que es la tienda de dorayakis.
Nos encontramos ante una de esas cintas de personajes, de esas en las quje apenas si ocurre algo, y si lo hace este suceso tiene lugar sin apenas estridencias, que nos presenta un mundo hermoso si sabemos pararnos a mirarlo (pueden ser tan bellas las flores de cerezo, entre cuyos florecimientos se enmarca toda la película, como las judías rojas que hierven en el puchero), y en el que lo importante es el optimismo, contagioso incluso en la adversidad (como veremos al desvelarse el oscuro secrero de la anciana Tokue...algo realmente inesperado) .
Una pastelería en Tokio es una película sorprendente, delicada pero hiriente, con una exquisita fotografía y unos personajes profundamente humanos con los que poco a poco llegaremos a empatizar (como una Tokue que, aunque al principio pueda parecernos que está un poco mal de la cabeza poco a poco comprobaremos que esto es fruto de las extrañas circustancias que ha vivido), una historia que parece tener mucho de cuento, pero moviéndose entre lo dulce y amargo, y dejándonos una sensación serena tras tratar un tema tan sorprendente que dejaremos que lo descubran en la sala de cine.
Una original fábula llegada de oriente que sabe tratar un tema inesperado con gran sensibilidad.
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