Ah, la morsa...pinípedo gigantesco, azote de moluscos, alter ego de Homer Simpson en alguna lejano especial de Halloween, cantada por los Beatles y Carroll...pues bien, nuestra amiga la morsa ha encontrado su lugar en el séptimo arte (tras alguna adaptación de Alicia) a través de la última película de Kevien Smith (¿pero no decía que se había retirado?)...hoy hablamos de Tusk.
Con un comienzo en plena línea del priuer Smith, la cinta nos presenta una pareja de amigos con un podcast sobre vídeos bizarros que parece haber encontrado su última joya mediática en el de un chico émulo de samurai con dramáticos resultados...tal maravilla arrastra a uno de ellos más allá de la frontera, a Canadá, para entrecvistarlo, lo que no le será posible por razones que no comentaremos aquí. Convencido de que todavía puede amortizar el viaje la casualidad llevará a nuestro héroe, Wallace, a una apartada casa habitada por un viejo marino retirado confinado en una silla de ruedas, ávido de contar sorprendentes historias, pero nada es lo que parece, y lo que parecía ser el germen del podcast de sus sueños pronto se convertirá en una pesadilla: el transformarle en una morsa humana. Solo un momento de descuido por parte de su captor abrirá una puerta de esperanza en forma de su novia y su compañero de podcast que, temiéndose lo peor, iniciarán con pistas mínimas su propia cruzada para rescatarle. La película que si bien ha querido adoptar la etiqueta de comedia de terror en realidad se mueve entre riscos difíciles de escalar, pasando del terror más duro a la comedia más bufa. Si bien hay momentos de humor realmente trasnochado como la presentación de los personajes, toda la intervención de esa versión malsana de Poirot (vale...es belga) detective Guy Laiponte (un irreconocible Johnny Depp) o la llegada a la casa de los horrores, estos se alternan como momentos realmente terroríficos gracias tanto a la excelente interpretación del villano de turno, Michael Parks (escalofriante su mirada a través del ojo de buey), al menos hasta que empieza a desbarrar de mala manera (ese duelo final), como a la ambientación de la guarida de Howartd Howe, tenebrosa y llena de recuerdos naúticos. Hablamos de una película con un buen puñado de ideas originales, como el bien hilado comienzo, deudor de esos mad doctors que nos ha dado joyitas como El ciempiés humano, y no tan lejos de obras de autor como La piel que habito (ahora me cambian a Elena Anaya por una morsa), algunas que casan muy bien con su vertiente terrorífica (algunas partes del relato de lapointe, la creación de los colmillos a partir de las tibias de la vícitma, la escena en que Wallace se hunde en la piscina con un macabro descubrimiento...), amén de alguna bella sorpresa (la recuperación del tipo que se comió al niño de El sexto sentido ) pero que sin embargo no sabe encauzar a buen término, con transiciones demasiado forzadas entre unos géneros que ha demostrado saber manejar por separado (a la muy reivindicable Red State me remito), de modo que no llega a mojarse con ninguna y a las que no favorece en absoluto algún fallo de guión (¿por qué llama a su novia, en otro país, en vez de a la policía, si el tiempo juega en su contra? es una buena manera de introducirlos en la película pero resta mucha lógica interna) y alguna opción estilística excesivamente grotesca (ese traje de morsa que si bien tiene algún elemento memorable como los movimientos del cuello o el rostro en el lomo casi parece digno de La hora chanante "Hola. Me llamo Wallace y soy una morsa...¡Morsa!"), convirtiéndola en una cinta muy irregular, a lo que contribuye un ritmo que se ve interrumpido constantemente por unos flashbacks que a veces no vienen a cuento (el primer encuentro entre detective y asesino) o unos monólogos casi teatrales que nos sacan todavía más del tono de la película (la triste historia de la novia del protagonista). Eso sí, la cosa queda un pelín más clara al final de los títulos de crédito, que recomendamos ver enteros, tras un desenlace que casi es una revisión todavía más bizarra de Freaks, y en el que podemos escuchar al propio Smith, partiéndose la caja al hablar del pseudodramático final de su obra. De esas películas difíciles para el público más habituado a historias convencionales, les gustará o no, pero no dejarán de hablar de ella al menos un par de horas.
Una auténtica rareza, para los amantes del cine con segundas como Canino (ahorrense la rima...yo estaba allí cuando se inventó).
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