No hay señal de vida alguna. Las calles solitarias carecen de los sonidos que le son propios. Ni voces, ni piar ni pájaros ni arrancar de coches. Nada. Puertas y ventanas cerradas parecen mirarte con condescendencia. Un viento abrasador acaricia tu piel y las gotas de sudor descienden por tu espalda. Tu única arma una barra de un pan ya próxima a convertirse en piedra que has conseguido adquirir tras andar un buen rato. De pronto una sombra esquiva, pero antes de que logres siquiera atisbar de que se trata ha desaparecido, y la sensación que te queda es que eres la única persona en el mundo. ¿Es el fin de la humanidad? ¿Ha llegado el apocalipsis zombie del que eres el único superviviente?. No, simplemente es Agosto, hace un calor espantoso y eres de los pocos que se han quedado "a vigilar la ciudad" porque todo el mundo se ha ido de vacaciones (o bien esperan a las ocho que empieza a bajar el sol para salir de sus madrigueras). Por si todavía quedan dudas les dejamos con cuatro puntos para distinguir un verano en la ciudad de un apocalipsis zombie (o similar)
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