Hablar de Napoleón es un poco hablar de los sueños rotos. No sólo por el destino final del gran corso, lejos de las victorias y la pompa que alcanzó en varias etapas de su vida, sino por lo fácil que es identificarlo con proyectos cinematográficos condenados a dormir en el baúl de las ideas épicas y traviesas. Ridley Scott no está dispuesto a esperar a su Waterloo y ha optado por acercarse a esta figura histórica con el conciso título de "Napoleón".
Arrancando de los años más oscuros de la revolución para mostrar a Bonaparte como mero espectador la película nos lleva así primer gran triunfo bélico, para conducirnos a una historia articulada en dos frentes, el campo de batalla y su relación con Josefina, hasta su fallecimiento en su segundo y último destierro. Con una base que conocemos bien nos encontramos con un enfoque que, sin ser almibarado, opta más por las luces que las sombras, presentando a una pareja con una relación a prueba de bomba (salvo por el bienestar de Francia, o eso dicen) y a un protagonista al que le puede la ambición, pero que, a pesar de que en más de un momento se haga referencia al gran número de bajas fruto en su mayoría de unas decisiones demasiado arriesgadas, por decirlo de un modo fino, no llega a mostrar matices mefistofelicos. A ello hay que sumar la que es una de laa bazas de la función: una interpretación de Joaquín Phoenix que se presenta controvertida, entre el puro instinto, casi animal, tanto en el frente como en el lecho, y el discurso cuidado de un estadista culto, con algún momento histriónico incluido, creando una figura ambigua con la que al espectador quizás le resultará difícil conectar en más de un momento (eso si supera la suspensión de incredulidad para creernos a Phoenix como un joven Napoleón).
Pero si la historia languidece, con alguna puntadita anacrónica (para muestra ese matrimonio de estado inviable porque la novia tiene 15 años...una mirada quizás demasiado actual para principios del XIX), y caricaturesca (ahí están Luis XVIII y su mascota) y un acercamiento superficial a la historia visualmente la cinta resulta apabullante, con unos increíbles vestuario y dirección artística que llega a sumergirnos casi en momentos como la coronación los increíbles lienzos de David. Y esta referencia no es gratuita, con unas batallas que son el plato fuerte del menú, de una plasticidad pasmosa que nos deja imágenes tan poderosas como la del jinete del estandarte huyendo por el hielo. Solo por las partes de Austerlitz y Waterloo esta se convierte en una película que debe disfrutarse en la pantalla grande.
"Napoleón" es puro espectáculo. O mejor dicho gana enteros cuando apuesta por serlo. Si bien no es un mal primer acercamiento para muchos a una figura fundamental en la historia de Europa sus valores estéticos superan de largo los argumentales, aún con aciertos como dar un pequeño rol a la madre del protagonista (un personaje tan fascinante como desconocido que incluso podia dar mas juego) o la caracterización del flematico Wellington interpretado por Rupert Everett. "Napoleón" es un film histórico correcto, con matices, y un envoltorio espectacular, con la belleza latente de los grandes cuadros de historia.